La crisis de Costa de Marfil
GONZALO SÁNCHEZ TERÁN
Publicado en EL CORREO (14-11-2004)
El violento deterioro de la situación política y social que se ha producido en los últimos días en Costa de Marfil ha puesto a la ex colonia francesa al borde del caos. Los orígenes del conflicto están firmemente vinculados a las décadas de crecimiento económico con fronteras abiertas a la mano de obra extranjera y, sobre todo, a la falta de desarrollo de las instituciones y la cultura democráticas tras la independencia.
Durante el mandato de su carismático primer presidente, Félix Houphouet-Boigny, y gracias al beneficioso cultivo del café y el cacao, Costa de Marfil se convirtió en un país rico que acogía mano de obra fundamentalmente procedente de los países del Sahel. Esta prosperidad no estuvo acompañada de un fortalecimiento democrático por lo que, cuando el precio del café y del cacao en los mercados internacionales se hundió a finales de los años ochenta, este país, considerado como un ejemplo de convivencia entre diversos grupos étnicos, se convirtió en una tormenta de tensiones tribales y religiosas. Durante los años que siguieron a la muerte de Houphouet-Boigny en 1993, Costa de Marfil se fue deslizando hacia el desastre en medio de luchas políticas, golpes de Estado y polarización social. A pesar de ello, cuando el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) llegó al Oeste de África, a finales de 2001, y comenzó a trabajar en la vecina Guinea, Costa de Marfil era considerado un país seguro para inversores y turistas, en una región conocida por las interminables guerras civiles de Liberia y Sierra Leona.
Esta imagen saltó en pedazos el 19 de septiembre de 2002. En el caldo de cultivo de la discriminación de la población de origen extranjero, un intento fallido de golpe de Estado protagonizado por tropas del norte del país se convirtió en una guerra abierta entre las tropas leales al presidente Gbagbo, con base en la principal ciudad del país, Abiyán, y las 'Forces Nouvelles' con base en la segunda ciudad de Costa de Marfil, Bouaké. La implicación de Francia en vísperas del golpe de Estado nunca se ha aclarado, pero las consecuencias de ese fallido golpe fueron el envío por parte de la antigua metrópoli de un fuerza de paz compuesta por 4.000 soldados para frenar las hostilidades y reunir a las dos partes para negociar un acuerdo de paz. El acuerdo, impulsado por el ministro de Asuntos Exteriores francés y respaldado por la comunidad internacional, fue firmado en enero de 2003 en Marcoussis (Francia). Desde el comienzo, los términos del mismo fueron considerados difíciles de aceptar por las fuerzas leales al Gobierno y su fragilidad resultaba evidente. El presidente Gbabgo nunca tuvo intención de acatar el acuerdo de paz, pero lo utilizó para ganar tiempo y reforzar el poder de su mal equipado ejército. Inexplicablemente, aunque ninguna de las facciones mostró respeto por los derechos humanos y todas fueron responsables de masacres de civiles, Naciones Unidas no impuso ningún embargo de armas.
Hasta el 18 de octubre de 2004, apenas hace un mes, Gbabgo ha estado gastándose los inmensos ingresos del país -primer productor de cacao- en comprar aviones de guerra 'Mirage' y helicópteros de combate. Así, con el paso del tiempo, las fuerzas leales han ido sintiéndose cada vez más confiadas en su superioridad militar y las oportunidades de una resolución pacífica del conflicto resultan cada vez más lejanas.
Los países vecinos han jugado un importante papel en la crisis. Burkina Faso está considerado como el principal soporte del movimiento rebelde, que ha contado también con el apoyo de las armas y de los milicianos de Charles Taylor, el ahora exiliado presidente de Liberia. Gbabgo, por su parte, fue el principal aliado de la guerrilla liberiana que luchó contra Taylor y que ahora forma parte del Gobierno Nacional de Transición de Liberia. También ha establecido vínculos muy fuertes con el presidente de Guinea, Lansana Conte, y a lo largo de la guerra ha contado con mercenarios para superar la ventaja inicial de las armas rebeldes.
En abril de 2004 Naciones Unidas envió 6.000 hombres y mujeres para apoyar a las tropas francesas de la fuerza de paz. En total, 10.000 soldados han frenado los posibles intentos de reiniciar los combates. Se firmó un nuevo acuerdo de paz en Accra en julio con un calendario de reformas constitucionales y un proceso de desarme aceptado por las fuerzas leales al Gobierno y las tropas rebeldes. El rechazo en el sur del país de las reformas constitucionales y la renuncia de los rebeldes a iniciar el desarme impidieron el progreso del acuerdo de paz y desembocaron en su ruptura a mediados del mes pasado.
El 4 de noviembre los aviones de la fuerza marfileña atacaron las ciudades rebeldes de Bouaké y Korhogo, matando a tres personas e hiriendo a 20. Los leales de Gbabgo atacaron las sedes de los partidos de la oposición y las oficinas de los periódicos opositores en Abiyán. En los días siguientes se produjeron nuevos ataques aéreos a las bases militares de las principales ciudades rebeldes. El sábado, durante uno de los ataques en Bouaké, nueve soldados franceses y un trabajador americano de una agencia humanitaria fueron asesinados y 30 soldados americanos resultaron heridos. El Ejército francés tomó represalias destruyendo las fuerzas aéreas en Abiyán y Yamoussoukro, y tomó el control del aeropuerto de la capital.
Alentados por la propaganda mediática de los militantes pro Gbabgo, decenas de miles de sus simpatizantes incendiaron cuatro escuelas francesas de la ciudad, una de ellas frente a de la oficina del SJR, y se manifestaron contra las tropas francesas en el aeropuerto. La muchedumbre, guiada por discursos xenófobos, supuso una seria amenaza para los franceses y, en general, para la gente de raza blanca que vive en Abiyán.
Según pasan los días, el ambiente va calmándose. La noche del domingo pasado el presidente apareció en televisión haciendo un llamamiento a sus seguidores a abandonar las calles y regresar a sus casas. Pero al mismo tiempo otros miembros de su partido utilizaron los medios de comunicación públicos para crear un ambiente de enfrentamiento. La situación se nos antoja incierta y, lo que es peor, el fin de la violencia en las calles no traerá la paz, porque la destrucción de la fuerza aérea del Gobierno ha equilibrado el poder militar entre las dos partes. La comunidad internacional, a través del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ha declarado su determinación de no permitir una confrontación militar entre el norte y el sur. Más pronto o más tarde las dos partes tendrán que sentarse a hablar otra vez pero la atmósfera está más contaminada que nunca. Francia jamás será visto como un agente de paz y la comunidad internacional difícilmente aceptará al presidente Gbabgo como un interlocutor válido.
La estructura social del país ha dado un giro de 180 grados, el odio contra los extranjeros en general y contra los franceses en particular es tan furibundo y los políticos de todos los partidos son tan corruptos, que es muy difícil ver salida al conflicto. La economía, evidentemente, se está resintiendo. Pase lo que pase, está claro que necesitaremos años para que curen las heridas que durante estos días se están abriendo.
Revista de prensa -
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